Continuidad de los parques (1956) de Julio Cortázar

Audio: “Continuidad de los parques”, leído por Julio Cortázar



Cada vez que pienso en “Continuidad de los parques” dos cosas vienen a mi mente: uno, Maurits Cornelis Escher; y dos, la maestría que tiene Cortázar para tomar de la mano al lector y conducirlo ingenuamente hasta el último párrafo (en esta genial ocasión, hasta la última línea del último párrafo) para allí sorprenderlo con un final absolutamente inesperado.
Es cierto que conocí a Cortázar a través de “Final del juego”, pero más allá de la subjetividad que rodea a mi persona y este libro, creo que todos los que han tenido la oportunidad de leer “Continuidad de los parques” se sintieron fascinados en el momento que la realidad ficcional de la novela que el sujeto lee invade la realidad objetiva desarrollada en el cuento; una transgresión súbita e inesperada de toda ley física que intente describir el comportamiento del espacio y tiempo.
Si escucho a alguien mencionar “Continuidad de los parques” mi mente trae irremediablemente a un primer plano la litografía de Escher nombrada “Galería de la impresión“, allí, un sujeto dentro de una galería de arte mira tranquilamente un cuadro que comienza a ampliarse y deformarse tan sutilmente que es posible seguir la imagen sin mayor exabrupto. El cuadro muestra los edificios cercanos a un puerto; uno de ellos resulta ser una galería de arte, en cuyo interior (oh sorpresa!) se encuentra el sujeto mirando el cuadro.
Cortázar logra este mismo efecto, pero haciendo uso de otro tipo de arte: el arte de narrar. Podemos notar un fascinante estilo de narración que se conserva igual a lo largo del texto, lo cual impide al lector notar algún indicio de la ruptura alógica que está por darse entre lo ficcional y lo “real” de la novela.
A mi me gusta pensar que Cortázar, al momento de escribir este cuento, reflexionaba sobre cómo el lector llega a ensimismarse ante la lectura de un buen libro. Si tal cosa sucede, el sujeto se desentiende del mundo exterior a un nivel que dicho mundo puede suponerse inexistente. Me gusta pensar que Cortázar quiso dar un paso mas allá de lo convencional y sugerir que ante semejante deleite, el lector, acomodado en su sillón verde, con todo la tranquilidad y sosiego que este color puede denotar, deja de ser un simple observador y su imaginación se desentiende de los límites que le ha impuesto la naturaleza. Su imaginación comprende ahora que existe para complementar a la naturaleza y no para someterse a sus leyes. Finalmente, el lector se convierte en un participante, así sea para dejar de existir.

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