No hay más que sentarse cómodamente, y disfrutar de la capacidad escenográfica y talento visual de Herzog; la irreverencia y bipolaridad de Kinski; y la dulce y mística música de Popol Vuh. Sí, confieso pertenecer al club de los maravillados por el fenómeno Herzog-Kinski. Sin embargo, de la serie de películas de culto que realizaron, “Aguirre, la ira de Dios” y “Fitzcarraldo” ocupan un lugar privilegiado en mi memoria.
El conocido carácter temperamental y la vehemencia de Klaus Kinski, se proyectan genialmente sobre la temática de la conquista española y le dan vida a Lope de Aguirre, lunático, intransigente, soberbio, aterrador, cuyo presuntuoso e imposible sueño de conquistar El Dorado llevará finalmente a todo la tropa al fracaso.
Herzog, a través del grupo expedicionario, muestra su punto de vista respecto al espíritu del conquistador y el conquistado. Se tiene aquí una lectura sobre la cara enferma de la conquista a partir de la degeneración de las relaciones al interior del grupo y la pérdida del sentido común debido a la obsesión por el oro.
Las imágenes y diálogos son ricos en contenido. Recuerdo la conversación que tiene uno de los indígenas con la hija de Aguirre, momento en el que hace pública la terrible catástrofe que significó la llegada de los españoles a su pueblo: “un desastre natural se lleva cosas recuperables”, pero los conquistadores los han despojado de aquello que para un grupo humano es lo más importante: su identidad. En mi opinión uno de los diálogos mejor trabajados, y que considero brillante, es el que entabla Inés de Atienza con el fraile Gaspar de Carvajal para solicitar su ayuda y evitar que su pareja, Pedro de Urzúa, sea asesinado. Este le responde de manera bastante poética y finaliza así: “…ya sabes, hija mía… que para mayor gloria de nuestro señor la iglesia siempre está al lado de los fuertes…”.
No negaré que hay momentos pobres e inclusive completamente prescindibles en esta película, como aquel en el cual Aguirre decapita a un soldado y la cabeza de este sigue hablando, sentí vergüenza ajena al verlo. No obstante, aplaudo la capacidad de Herzog para capturar la locura, demencia, soberbia y ambición desenfrenada de los conquistadores para luego mostrarlas dentro de una atmósfera con rasgos de pesadilla.
“Aguirre, la ira de Dios” conserva la arritmia, frialdad y naturaleza esquiva del cine alemán pero esa Ceja de Selva nuestra, tan llena de luz y vida junto con la extraordinaria música y fotografía crean un peculiar contraste y permiten que esta película pueda ser digerida por todo tipo de espectadores.